20 noviembre 2016

Quart de Poblet, 20 de noviembre.



Un año después de morir Franco se inauguró en Quart de Poblet un monumento dedicado al “Caudillo”. Asistieron al acto todas las autoridades civiles y militares del entorno local y provincial, incluidos por supuesto el alcalde y el cura párroco, don Juan, que bendijo el conjunto escultórico. Entonces era alcalde Fernando Chiner Juan, que unos meses antes se había quejado a otro cura muy distinto, don Benjamín, por permitir que en su parroquia de Santa Cecilia se celebraran asambleas de trabajadores.

A los niños y jóvenes que mañana 21 de noviembre irán a la escuela podrá parecerles extraño que en un tiempo no tan lejano, se pudieran glorificar regímenes tan aberrantes, y reprimir derechos tan elementales.

El horror había comenzado el 3 de abril de 1939, dos días después de proclamarse la victoria franquista, cuando Jesús Fernández-Cañadas Chust asumía la presidencia de la Junta Provisional del Ayuntamiento, por obra y gracia de la victoria militar del régimen de Franco. Desde entonces y hasta las elecciones municipales de abril de 1979 un total de diez vecinos de Quart de Poblet ocuparon la alcaldía.

En una primera etapa (1939-1943), caracterizada por la innegable alineación del régimen franquista con el nazi fascismo, la disputa por el poder local entre “falangistas y carlistas” fue constante, provocando numerosos ceses y relevos en la alcaldía. Ocupada ésta por Juan Montesa Lozano, será relevado el 27 de mayo de 1939 por el falangista Juan Montón Hernaiz, a su vez sustituido el 2 de octubre de ese mismo año por Onofre Cristofol Vento, al que sucederá Jesús Fernandez-Cañadas Chust el 4 de noviembre, y al que éste de nuevo releva el 18 de marzo de 1940 y hasta ser cesado el 16 de diciembre de 1943.

Cosme Juan Ferrandis, militante católico y “carlista” de antes de la II República, es nombrado alcalde en enero de 1944 cuando la España de Franco ya ha recuperado forzosamente la neutralidad perdida, y el modelo fascista tiene que ser reemplazado como mensaje de buena voluntad con los Aliados, triunfantes en el conflicto.

Cesado Cosme el 11 de septiembre de ese mismo año, es sustituido por Fernando Chiner Cristofol, jefe local de la FET y de las JONS que ocupará la alcaldía hasta enero de 1945. Denunciado por sus correligionarios “carlistas” será arrestado y posteriormente liberado. Es no obstante cesado y relevado por el siempre presente Jesús Fernández-Cañadas, que a su vez será sustituido accidentalmente por Manuel Moscardó Melia primero, y Vicente Santaemilia Monzó después. Santaemilia será finalmente ratificado en el cargo el 22 de julio de 1946, en el que permanecerá hasta el 15 de abril de 1952, cuando de nuevo Cosme Juan Ferrandis es nombrado alcalde.

En 1966 es Francisco Hueso Ferrandis quien recibe el nombramiento, contando eso sí con el beneplácito de las amistades políticas de su predecesor. Francisco Hueso permanecerá en el cargo hasta 1974, en el que Fernando Chiner Juan, según la historiadora Patricia Gascó ”mucho más próximo al Movimiento”, le sucede por voluntad política del Gobernador Civil de Valencia Enrique Oltra Moltó, alineado con las posturas más inmovilistas del régimen franquista. Será el último alcalde franquista de Quart de Poblet el que construya un monumento al dictador después de muerto.

El régimen político establecido en Quart de Poblet el 2 de abril de 1939, no acabó el día que murió el tirano. El franquismo, impuesto mediante el uso de la violencia política, atravesó durante sus muchos años de vida diferentes fases. Desde el fascismo hasta la tecnocracia, y pasando por el nacional-catolicismo, el régimen acabó desembocando en otro de naturaleza radicalmente distinta, al que pudo llegarse sin ruptura y desde sus propias estructuras de poder, por haber sumado el concurso consciente de intereses y grupos en principio antagónicos.

La “Transición”, seguramente avanzada en la llamada “Reconciliación Nacional” formulada por el PCE en 1956, no puede extrapolarse de su propio contexto, ni por ello convertirse en reproche de lo que pudo haber sido y no fue. El estudio de la Historia proporciona memoria, y en definitiva experiencia para poder actuar en el presente con conocimiento de causa y posibilidad de éxito. Revisar la “Transición” con ira supone también desdeñar el esfuerzo y el sacrificio de muchas y muchos, procuradores de un estado de las cosas ahora afortunadamente distinto, pero sobre el que habría que seguir actuando al menos con las mismas energías sociales de aquellos años. 


Por eso hablo de la función social de la Historia: “para recordar lo que otros quieren olvidar”.